Esta breve nota comenzó
siendo una recensión laudatoria de la obra de Antonio T. de Nicolás
sobre San Juan de la Cruz; pero se ha convertido, al hilo de la lectura
de los escritos de este filósofo y los de su esposa, en una reflexión
programática sobre el replanteamiento de la relación entre
místicas y bioculturas, desde la perspectiva de recientes estudios
neurobiológicos.
El Dr. de Nicolás,
conocido por sus estudios sobre el Rig Veda, sus traducciones
al inglés de San Juan de la Cruz y San Ignacio de Loyola de Loyola,
así como por su obra capital de filosofía de la educación,
Hábitos mentales (1989) es Profesor Emérito de la Universidad
del Estado de Nueva York. Traductor también de Platero y
yo, es él mismo poeta original. Cuenta con varios libros
de poesía en inglés, entre los que destaca Recordando
al Dios que viene. Su esposa, la Dra. Colavito, autora de La
herejía de Edipo (1995), ha investigado, desde la doble
perspectiva de la neurobiología y la mitología, la Interacción
de biología y cultura, descubriendo el que ella denomina "paradigma
biocultural". Le preocupa especialmente evitar el monopolio de
unas culturas sobre otras, del cerebro izquierdo sobre el derecho y
de lo masculino sobre lo femenino.
Ya nos había
impactado hace unos años la aparición de los estudios
de Antonio T. de Nicolás sobre la imaginación en los Ejercicios
y la espiritualidad de San Ignacio de Loyola. El autor es un español,
formado en la India, que ha desempeñado su cátedra de
filosofía de la educación en Estados Unidos, atreviéndose
ante un público multicultural y multirreligioso (quizás
también, en parte, arreligioso) a tratar hermenéutícamente,
en clases de filosofía, el texto de los Ejercicios ignacianos
a la luz del texto de la Autobiografía del santo. Tal
audacia solamente podía hacer de quien vive en carne propia la
preocupación intercultural, a la vez que conjuga la filosofía
con el sentido de lo místico,
De Nicolás ha
realizado una espléndida traducción al inglés del
místico y poeta castellano. Ha sabido colocar la obra en el marco
multicultural de una época en la que aún estaban recientes
las huellas de una convivencia secular de judíos y musulmanes
en la España cristiana. Y el caso es que el salto desde el siglo
XVI español a nuestra época no era nada fácil de
dar. Cuando en aquellos tiempos leían, dice, lo hacían
a menudo en voz, en voz alta, conservando mucho de lo auditivo-oral
que nosotros hemos ido perdiendo. Sus acciones, en primer plano, se
proyectaban sobre un telón de fondo ("background")
diferente del nuestro; todo un mundo de recuerdos e imaginaciones con
el que no acabamos hoy de conectar.
Pero no basta la labor
de traducir. Se habría hecho un flaco servicio a San Juan de
la Cruz, si el traductor se hubiera limitado a verter su lenguaje sin
transmitir la experiencia que impulsó a San Juan a escribir.
En el estudio que precede a la traducción, hace de Nicolás
un análisis del doble talante profético y místico-poético
que podemos percibir en los autores religiosos, según la experiencia
latente tras sus escritos. "La voz profética, —dice—
pone como hecho primario el lenguaje, mientras que la poética
se remonta a la experiencia como fuente de todo lenguaje" (p. 10).
De la mano del traductor, descubre el lector contemporáneo que
la noche oscura no es un mundo ajeno a él, sino un lugar al que
recurrir en medio de las tensiones y crisis de la actualidad.
Esta traducción
de los inspirados versos del místico de Fontiveros invita a reflexionar
sobre nuestras imperdonables relegaciones al olvido de la propia tradición.
Para de Nicolás el poeta español es un "alquimista
del alma". Su poesía brota de una pura imaginación,
capaz de suscitar imágenes desde la nada e introducirnos en un
mundo de sensaciones, sentimientos, recuerdos y esperanzas insospechados.
La poesía que abandona en alas de la pura capacidad de imaginar
es una ventana abierta para despertar a los caminos espirituales más
elevados.
Insiste el traductor
en no separar misticismos y poesía. San Juan de la Cruz es poeta
por ser místico y mística como poeta: los actos por los
que él alcanza la experiencia mística no son diferentes
de los que lo convierten en poeta (p. 17). El lector actual reconoce
sus limitaciones y es obligado a ensanchar su horizonte mental para
dar lugar a una noción de poesía, inspirada por el desarrollo
pleno de la facultad imaginativa, que sirva de vehículo para
un despertar espiritual.
En las páginas
biográficas se pone de manifiesto la dificultad confrontada por
el Santo frente a las sospechas inquisitoriales y la necesidad de introducir
formulaciones que tranquilizasen a la censura. Ha procurado el traductor
presentar el texto despojado de aquellos inexplicables aditamentos con
los que el Santo tenia que protegerse.
Tampoco abandona en
ningún momento el autor de Hábitos mentales, la preocupación
educativa y social, que remite a nuestras actuales carencias. Hoy también
tenemos, bajo apariencias democráticas, otros inquisidores peores
que los que hubo de sufrir el Santo. "Si viviera hoy, San Juan
de la Cruz, preferiría tener que habérselas con los inquisidores
del XVI mejor que con los teólogos actuales, que descartasen
sus formulaciones como meras metáforas, sin ningún valor
fuera de su fantasía o que lo tomasen por loco, en vez de por
hereje" (p. 37).
Una de las ideas centrales
de Antonio T. de Nicolás es la importancia del "descoyuntamiento"
("dismembering") que se produce en el místico, al pasar
de sentir "de fuera a adentro" a sentir "de dentro a
fuera". Las imágenes no provienen del mundo de los sentidos,
sino se construyen desde el interior, desde donde fluye hacia el mundo
de los sentidos una nueva capacidad de percibir.
No se trata de repetir
imágenes, sino de producirlas, había dicho el mismo autor
en su comentario a los Ejercicios ignacianos. Recuerdo a este propósito
una anécdota. Un director de Ejercicios, que quería actualizarlos,
proyectaba un vídeo para ambientar la composición de lugar
ignaciano. Aún recuerdo las carcajadas por teléfono de
Antonio T. de Nicolás cuando se lo contaba. "¿Tan
mal entendéis los jesuitas a vuestro padre Ignacio de Loyola?",
me decía. En efecto, la finalidad de la composición de
lugar no es repetir imágenes prefabricadas, sino fabricar por
sí mismo imágenes. Y aquí conecta el tema ignaciano
con el presente estudio sobre el Santo carmelita.
El telón de
fondo de estas reflexiones de su estudio preliminar se remonta a sus
investigaciones sobre el Rig Veda y a su citada obra de filosofía
de la educación, Hábitos mentales, así como a la
prolongación y profundización de estos temas en el descubrimiento
por su esposa, Maria Colavito, de lo que ella denomina el "paradigma
biocultural": el mutuo influjo e interacción de biología
y cultura en la formación y desarrollo del cerebro humano.
La biología
y la crianza (los genes y el ambiente) han de acoplarse mutuamente cuando
las "ventanas de maleabilidad" o, como otros autores las llaman,
"ventanas de oportunidad" están abiertas. Es iluminador,
por ejemplo, el aprendizaje del idioma. Un lenguaje nuevo es fácil
de aprender por un niño hasta los seis años. La maleabilidad
cerebral para aprender las sintaxis suele cerrarse entre los cinco y
seis años, mientras que para aprender palabras nuevas parece
continuar. Como adultos, aprendemos nuevos idiomas; pero ya no lo hacemos
usando el sistema límbico, sino con el hemisferio izquierdo del
neocórtex.
Si los cerebros no
reciben el estímulo necesario en momentos oportunos, dentro del
espacio abierto para esas "ventanas de maleabilidad", ya no
se desarrollan suficientemente o quedan atrofiados. Son los padres,
y en particular la madre, cuya imagen física lleva el niño
impresa en el mismo comienzo de ver la luz del mundo, los encargados
de mantener y avivar el circuito neural que regula las reacciones del
niño ante la tensión y estimulación proveniente
del exterior.
El cerebro humano empieza a funcionar antes de estar terminado. Y con
ese funcionamiento se termina do hacer él mismo a sí mismo.
Ni la genética sola, ni el ambiente por sí sólo,
sino la interacción de ambos es lo decisivo. Esta empieza a darse
ya antes de estar concluido el cerebro que, mediante esta interacción,
se acaba de construir a si mismo, Lo decisivo no es el número
de neuronas, sino el de conexiones entre ellas. Esas redes no están
predeterminadas genéticamente. Tampoco vienen Impuestas desde
fuera por Influjo cultural. Son, más bien, el resultado de la
interacción de lo biológico y lo cultural, de lo genético
y lo medio ambientar.
Crecemos cerrando unas
“ventanas” de nuestro cerebro y abriendo otras. Damos preferencia
a unas características neurológicas sobre otras. La repetida
apertura de las ventanas usadas más a menudo contribuye a fijarlas,
mientras otras acaban atrofiadas. Así repercute la cultura en
la biología, la crianza (“nurture” en la naturaleza
(“nature”).
El potencial para llegar
a ser un genio puede estar remotamente incluido en los genes, pero solamente
como una posibilidad; para que esa capacidad llegue a realizarse (como
el talento musical o matemático) hará falta que se formen
unas determinadas conexiones y estructuras en el cerebro, desarrolladas
con ocasión de repetición de experiencias en los años
críticos iniciales. Y esto vale para los estudios sobre la génesis
tanto del criminal o del músico, como del sabio o el Santo.
Cuando hace poco (17
de noviembre de 1997) comentaba el semanario Newsweek la relación
entre mística y epilepsia, aludiendo a su localización
en la región límbica del cerebro, Antonio T. de Nicolás
se apresuraba a matizarlo, desde su Instituto de Estudios Bloculturales,
escribiendo una columna sobre éxtasis (de cuyo texto en Internet
tomo la cita siguiente): “Hemos de separar el éxtasis místico
y el patológico, el recibido y el inducido... Las patologías
solamente nos dejan registros clínicos, pero la mística
nos deja toda una epistemología. La experiencia de los místicos
se puede recorrer siguiendo sus escritos y es posible ayudar a otros
a ponerse en camino por su mismo sendero... Lo que hoy empezamos a ver
confirmado en el laboratorio neurobiológico: las estructuras
emotivas en el cerebro límbico y su conexión con los lóbulos
frontales y el corazón, es algo que se detecta en los escritos
místicos, desde los Upanishad a los más recientes hindúes,
pasando por los místicos cristianos del siglo XVI... En todo
el acervo oriental y occidental, masculino o femenino, no hay una descripción
personal del éxtasis más didáctica que la de Santa
Teresa, para la que el grado máximo de contemplación culmina
en la unión y rapto que afecta a todo el conjunto del yo y de
su relación con el cuerpo y el mundo”.
Quisiera concluir esta
nota con una recomendación editorial. El estudio preliminar de
la presente traducción inglesa de San Juan de la Cruz, unido
al que precede a la traducción de San Ignacio de Loyola, en la
obra Powers of Imagining, y al que prologa la versión
del Bhagavad Gita por el mismo autor merecerían ser
recogidos en un único volumen y dados a conocer en castellano,
como contribución valiosa para el estudio de la espiritualidad
y la mística, bajo la doble luz de las neurociencias y las ciencias
de la cultura.
JUAN
MASIA CLAVEL