Antonio T. de Nicolás,
profesor de filosofía en la Universidad de Nueva York, había
cultivado, hasta ahora, con preferencia la civilización hindú
a través de cursos, ensayos y, sobre todo, libros como los consagrados
al Bhagavad Gita y los Rg. Veda; pero últimamente ha vuelto su
atención sobre su cultura original, la española, y ha
ofrecido a los anglosajones admirables traducciones de líricos
tan difíciles como San Juan de la Cruz y Juan Ramón Jiménez.
En estas versiones, como en las anteriores del sánscrito, de
Nicolás ha demostrado un extraordinario dominio del lenguaje
poético inglés. Su última producción es
una cuidada traducción de textos capitales de Ignacio de Loyola,
concretamente, de los Ejercicios espirituales, la Autobiografía,
el Diario Espiritual y una selección de Cartas, algunos totalmente
desconocidos del público anglosajón y, en su mayoría,
inéditos hasta este siglo.
Cada obra va precedida de una
erudita e iluminadora introducción y acompañada de valiosas
notas críticas. Pero lo fundamental del volumen es un extenso
estudio preliminar en el que se ofrece una nueva interpretación
de la mentalidad ignaciana. La tesis exegética ya queda apuntada
en el título del libro: «Los poderes de la imaginación».
Distingue el autor dos mudos
principales de conocimiento: el discursivo o aristotélico y el
intuitivo o platónico. Dentro de este último hay varias
modalidades y variantes en las cuales ocupa lugar importante la imaginación.
En Ignacio de Loyola domina durante el primer período la cognición
intuitiva, luego se impone la discursiva del razonamiento empírico
tradicional. Los Ejercicios espirituales, complementados por el Diario
y la Autobiografía, ejemplifican la actitud mental intuitiva
e imaginativa. Lo que se propone al ejercitante no es una argumentación,
sino una evocación de la vida de Cristo, una reactualización
de los sentimientos que hubiera inspirado la contemplación directa
de su existencia. No se le pide al ejercitante que razone, sino que
sienta; no que argumente, sino que evoque; no que acate un mandamiento,
sino que simpatice con Cristo.
En los poderes de la imaginación
hay, según el autor, una parte de rememoración histórica,
de solidaridad emotiva y de renovación de vivencias. Eso es lo
característico de los «ejercicios» que Ignacio propone
al espíritu. La fuerza de las meditaciones ignacianas es más
conmovedora que persuasiva: de lo que se trata no es de mover al intelecto,
sino al espíritu. La imaginación ha de reconstruir el
pasado y actualizarlo, convivir con Cristo en Palestina.
Como reconoce el profesor
Heelan, jesuita, en el Prólogo, los Ejercicios ignacianos no
enseñan ni doctrina ni moral, invitan al ejercitante a rememorar
la vida de Jesús y a seguir su ejemplo. No se trata de hacer
una historia académica, sino mística en la que las intuiciones
tienen más importancia que los puros datos.
En este valioso libro, de Nicolás
ilumina la ascética ignaciana con nuevos claroscuros y le restituye
mucho de su pureza originaria. La mente occidental, esencialmente aristotélica,
ha racionalizado buena parte de la religiosidad, especialmente entre
los protestantes. Ahora, el autor demuestra que uno de los máximos
protagonistas de la Contrarreforma, el fundador de la Compañía
de Jesús, hoy en tan profunda y universal crisis, significa un
retorno a la mentalidad platónica, de tan hondas raíces
orientales. Al propio tiempo, de Nicolás pone de manifiesto una
radical evolución en el método cognitivo ignaciano. Y
las Cartas así lo confirman: el intuicionismo inicial se va tornando
cada vez más discursivo, y el «imaginacionismo» se
va haciendo experimental y realista.
Esta importante obra no sólo
pone cerca del lector anglosajón una magnífica versión
de uno de los grandes maestros de la espiritualidad hispana, sino que
la explica desde radicales perspectivas espistemológicas con
inteligencia y espíritu creador.
A.
LANDA