Ser o no ser. Los consultorios de
asesoramiento filosófico para abordar los dilemas existenciales
y cotidianos están emergiendo en España. Una «tercera
vía», frente a los psicólogos y psiquiatras, con
una clara divisa: los problemas no son enfermedades.
La palabra «diván»
altera el discurso sosegado de Lou Marinoff, un neoyorquino singular
conocido por sus «best sellers» (¿Les suena «Más
Platón y menos Prozac», y ahora «Pregúntale
a Platón»?), además de eventual concertista de guitarra
y maestro de «hockey-mesa», una versión «made
in USA» del futbolín. El barbado Marinoff lucha a brazo
partido para promocionar en todo el mundo el «asesoramiento filosófico»
y para que los postulados de esta praxis clínica no sean confundidos
con los de los psiquíatras y psicólogos. Con amplio éxito
promocional y en un momento muy oportuno. Hace sólo unos meses
nació Asepraf (Asociación Española para la Práctica
y el Asesoramiento Filosófico) y ya algunos especialistas pasan
consulta en Sevilla, Barcelona y Madrid.
Marinoff el
comunicador
Marinoff no es el principal
referente de la Filosofía Clínica, pero sí su vertiente
divulgativa de mayor alcance. Nos citamos con él en una ventosa
mañana primaveral, al borde de una taza de café con leche,
y enseguida logra, expresivo y vehemente, que comprendamos la peculiaridad
de sus propuestas: «Al asesor filosófico no le interesan
sus traumas de la infancia, sino cómo puede plantear usted la
resolución de sus problemas a partir de ahora». Parece
más cómodo, pero no lo es: «Con el psicólogo,
usted llega a conclusiones de que lo que le ocurre se debe a que su
padre le pegaba cuando era niña, por ejemplo, lo cual puede servir
de asidero para no hacer nada. Simplemente, usted concluye «qué
le voy a hacer, si esto me pasa porque mi padre me sacudía de
pequeña», mientras que con el filósofo usted debe
actuar y adoptar sus propias decisiones».
Para ello, los asesores
filosóficos se nutren de la rica historia del pensamiento, de
modo que «ofrecen las direcciones señaladas por distintas
corrientes, de acuerdo con la idiosincrasia singular de cada cliente.
A uno le puede servir Hobbes, a otro el budismo. a otro Kant... Era
necesario que las grandes ideas descendieran a la calle, a lo concreto,
desde la abstracción». De modo que el asesoramiento filosófico
es compatible con que el individuo sea creyente o agnóstico,
madridista o de la Juve, aficionado al aeromodelismo o al encaje de
bolillos: «Hay soluciones para cada individuo».
¿Respuestas
para todo?
¿Quiénes
somos, de dónde venimos, a dónde vamos? No sólo
las grandes preguntas hallan respuesta en el filósofo de cabecera,
según Marinoff. También lo cotidiano: cómo superar
la rutina en un matrimonio, fórmulas para soportar el hostigamiento
laboral, recetas para los conflictos con los hijos... Suena a piedra
filosofal de la felicidad, así que nos vemos obligados a hurgar
en las limitaciones de este tipo de asistencia, y a descender a los
aspectos prácticos. Marinoff explica que las sesiones se desarrollan
en un despacho, y que el método es la conversación: «Una
mesa, dos sillas, usted y yo. Nada de diván, por supuesto. En
la charla analizamos su personalidad y la naturaleza del problema. Y
a partir de ahí se desbroza el camino en una dirección
concreta». En cuanto a la implantación de los «filósofos
de cabecera» en los Estados Unidos admite que «es limitada,
pero su presencia y su capacidad de influencia es real. Actualmente,
puede que se esté atendiendo a unas tres mil personas al año.
Hay que considerar que nuestro país no es terreno abonado, aunque
lo parezca. El nivel de la enseñanza media es tan deplorable
que la palabra «filosofía» espanta a la gran mayoría
de los ciudadanos».
A la vista de su relato,
las fronteras entre la consulta del psicólogo y la del filósofo
no están tan claras como pretende. Desgrana las razones de la
confusión: «Esto sucede más porque el psicólogo
recurre a la filosofía que por el mecanismo contrario. De hecho,
la psicología ha dejado en evidencia sus limitaciones porque
se resigna a catalogar los problemas como enfermedades. Es la «pasión
por el síndrome». La que ha llevado, por ejemplo, a que
una amplísima proporción de los escolares hayan sido diagnosticados
como hiperactivos».
Cuando preguntamos
al profesor Marinoff si el 11 de septiembre ha disparado la demanda
de asesoramiento filosófico, despliega una sonrisa de complicidad:
«Da usted en el clavo, porque el 11-S es el perfecto ejemplo de
hecho terrible frente al que de nada sirve desentrañar traumas
infantiles del individuo, ni buscar una interpretación freudiana
de sus sueños».
Un
testimonio
«Hay empatía,
y eso es lo principal». Ernesto confía en su filósofo
de cabecera, con quien se cita en el centro de Madrid una vez por semana.
Es uno de los pocos españoles que ha tenido la ocasión
de caminar por una senda tan novedosa en la forma como clásica
en su fondo: todos los profesionales de esta especialidad clínica
admiten que lo que administran no es sino una versión depurada
(si se quiere, académica) del sentido común. En suma,
el tradicional «tomarse las cosas con filosofía».
El problema de Ernesto
no es tan grave como para inhabilitarle socialmente, pero sí
obstaculiza sus avances en el terreno personal y laboral: «Cuando
se me asigna una responsabilidad, la acepto, pero luego, consciente
o inconscientemente, hago todo lo posible para eludir o retardar cumplirla».
Así, se vio en brazos «de una terapia con una psicóloga
conductista de la que no tengo queja, pero que no era suficiente. Ahora,
con el asesor filosófico, es otra cosa». ¿Por qué?
«Yo diría... —se detiene, pensativo— que las
terapias, en occidente son comodonas. Te pones en manos de alguien para
que te cure o te solucione el problema. Y los filósofos exigen
la implicación del sujeto. La clave está en que llegan
a hacerte entender que la solución está en tu mano. Mi
asesor parte de la base de que intentar superar cualquier problema responde
a algún propósito, y de que es más efectivo aceptar
nuestras tendencias naturales que luchar contra ellas, porque tratar
de erradicarlas puede terminar por reforzar aún más lo
que pretendes corregir».
Método
y precios
Mónica Cavallé
es la presidenta de Asepraf (Asociación Española para
la Práctica y el Asesoramiento Filosóficos) y ejerce en
una consulta de Madrid desde hace dos años. Sus honorarios son
moderados: «Cobro 42 euros por sesión de una hora, que
habitualmente se prolonga hasta hora y media». Despeja las brumas
de los «best sellers» y no se considera discípula
del muy popular Marinoff «sino de Gerd Achenbach, un profesor
alemán que es el verdadero padre de la práctica filosófica
en Europa». «Nuestra propuesta —aclara— se basa
en cómo enfrentarse a un problema o dilema ético sin partir
del esquema salud-enfermedad. El método de trabajo es el diálogo.
Preguntas y respuestas que van arrojando luz sobre la cuestión.
Mayéutica socrática, en suma. Ayudas al otro a que encuentre
las respuestas que están dentro de él». Cavallé
explica que sus clientes «habitualmente son personas de entre
30 y 50 años, con estudios o, al menos, con inquietudes culturales»,
pero matiza que «estos servicios están abiertos a todo
el mundo».
Pregúntale
a San Juan
Desde una visión
sin orejeras, plenamente cosmopolita, Antonio de Nicolás, profesor
universitario palentino afincado en los Estados Unidos, autor de numerosos
ensayos y especialista en asesoramiento filosófico, no comulga
con la abrupta escisión entre psicólogos y filósofos
planteada por Marinoff: «No hay tal. Al menos en Europa, donde
los planteamientos de los psicólogos tienen una amplia base filosófica.
En los Estados Unidos es diferente porque aquí la praxis está
marcada por la exigencia de permisos diferentes para cualquier tipo
de ejercicio profesional».
«No puede haber
compartimentos estancos entre disciplinas —comenta— porque
la filosofía clínica debe utilizar bases de la neurobiología.
Las respuestas complejas ante problemas complejos se elaboran en los
lóbulos frontales del cerebro». En cuanto a los maestros
de esta praxis, tiene ya sobrada perspectiva para la ironía:
«En los libros de Marinoff, de Platón no hay nada, porque
hace propuestas socráticas... En cuanto a Achenbach como maestro
de la filosofía práctica, yo prefiero ir mucho más
atrás. Los místicos españoles. San Juan de la Cruz
o Santa Teresa sí que incorporan técnicas para adoptar
decisiones...».
BLANCA TORQUEMADA.
Diario «ABC»